Pájaro pecador que vuela sobre su presa. Indeciso de
lanzarse por miedo a que en el intento muera. ¿Realmente merece la pena? Necesitado
de alimento, tu estómago suena, las tripas se te encogen y la mente te
embelesa, pensando, pensando en cómo coger esa presa. Cómo alimentarte sin que
primero te cace ella. Una vez lanzado no hay marcha atrás, y solo queda esperar
a ver quién muerde más.
Se hizo suya, no hubo guerra…
Y acabó, la deshuesó entera, ya no quedan restos de nada de lo que sirviera. La presa fue presa y su destino era el que era. Simplemente se
agarró, no luchó por su consciencia, soñando en que aquello tendría mejor final
del que se espera, o sino, que la dejase otra vez en su camino, al aguardo del
pájaro que quiera volar con ella. Se zarandeaban, se salivaban, se arañaban
marcándose el uno al otro con su instinto animal de supervivencia. Aquello al
final, no fue más que un hambre sedienta, calmada por la matanza y apaciguada
por una cualquiera. Una guerra fría, que desprendía humo por los huecos que
entre sus pieles rozando queda. No se infiltrará en su recuerdo, pero la presa sí
que recuerda, que eso ocurrió bajo su lecho y dio muerte a su inocencia.
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