jueves, 9 de junio de 2016

Te quiero... En mi vida


Te necesito justo ahí,  las palabras no pueden expresar la manera en la que te echo de menos. Pedirme que no llorase cuando te fueras... Es lo único que no pude prometer. Aunque conseguí repartir las lagrimas, en lugares, momentos, en los que solo yo estuviera (contigo).
Me gustaría tumbarme a tu lado y cuidarte siempre. No quiero estar aquí si no es contigo.
Eras la más verdadera de las verdades, la pureza más pura, la dulce miel en el café amargo, la gota de lluvia esperada en el más caluroso verano, la fábrica de sonrisas y chistes malos para alegrar cualquier cabizbajo... Eras las manos que calientan en el frío del invierno y el abrazo sincero tras un tropiezo, y otro, y otro...


Lay me down by your side.

Me han enseñado... Y he aprendido.

De la canción Let it be me, de Ray Lamontagne:


Now I remember all to well

Just how it feels to be all alone
You feel like you'd give anything
For just a little place you can call your own.



That's when you need someone, someone that you can call
And when all your faith is gone
Feels like you can't go on



Let it be me
Let it be me
If it's a friend you need
Let it be me
Let it be me



Tantas cosas me gustaría, y siento, he de decir, que al final me quedo callada. 
El año pasado, hasta la fecha, ha sido el peor con diferencia de todos los vividos hasta ahora.
Familiares y amigos perdidos para siempre, enfermedades graves... y una larga lista de problemas y situaciones que me hicieron decir "¡Basta!". Siempre he intentado tener una mente positiva, ser luchadora, fuerte, parecerme más a mi abuela. Pero llegué a la situación de necesitar ya un 2016, porque no podía aguantar ni una más del 2015. Y gracias adiós, ¡ocurrió! Bienvenido 2016. Me da igual si comienzo el año atragantándome con las uvas, que sé que serás mejor. Confío en ti, ya llegué a mi límite. 
Ahora, más avanzados en el año, he de decir: gracias. 
Gracias por hacerme valorar aún más la vida, por hacer que me de cuenta de los insignificantes que son a veces los problemas, y cómo te acuerdas de ellos cuando algo grande, de verdad, se te viene encima. 
Te haces creyente de todas las religiones, del destino, del karma, de la suerte, del propio sino que tu mismo puedes crear si lo deseas con todas tus fuerzas... Pero la paz no llega.
Hoy día, repito, he de decir: gracias.
Gracias a enseñarme a valorar lo que realmente merece la pena, a dar la importancia merecida a cada asunto. Rendirme cuando he de hacerlo y luchar cuando sé que es mejor un esfuerzo, o dos.

A veces, quienes me leen, se creen que porque lleve nombre un escrito, quiere decir que esté dedicado a esas personas, pero para nada, leeme lector: esto va para mi. Pero si tú aprendes junto a mi, bienvenido seas en mi camino:

"He de decir, que he vuelto a hacerlo, sí, he vuelto a madurar. Cada golpe, cada persona nueva me ha hecho aprender nuevas lecciones y este arbolito que hay en mi, ha crecido unos centímetros más.

Me han enseñado... a meterme conmigo misma y reirme de ello. Que dejarme conocer, no es tan malo, consigues que la gente pueda sorprenderte con sus comentarios certeros sobre tu persona. A veces, como si te conocieran mejor que tú a ti mismo. Me han enseñado a escuchar lo que realmente necesito o quiero, aceptarlo y dar la razón. Me han enseñado a mirar hacia atrás feliz, porque aunque hubiese un feliz amargo, el camino mereció la pena. A conocerme a mí misma.
También a que cada uno tiene sus propios miedos, y a veces enseñar tu cuerpo puede ser menos vergonzoso cuando el compañero también tiene sus propias vergüenzas, y juntos compartís las mejillas o el pecho colorado. Resulta que tener vergüenzas es una tontería, pero si se consiguen eliminar juntos, el premio es mucho mayor. Me han enseñado, que el miedo, es menos miedo, si es compartido. Y que si tú te dejas, te puedo ayudar, al igual que yo confío en tu ayuda. 

Me han enseñado a que lo importante reside en los besos, y no en los labios. En las miradas y no en los ojos. En el esfuerzo de dejarse llevar, y no en el grosor de la armadura que has construido. Que a veces la valentía resulta ser cobarde. Me han enseñado a confiar, cuando no tenía de dónde agarrarme por si caía. Aceptar si te la jugaron, merece más la pena volver a internarlo antes que acorazarse de nuevo.

Me han enseñado que no todo es blanco, o negro. Ni gris. Vivimos en una escala de colores y cada uno se despierta con un color diferente cada día. Ahí está el momento de dar ánimos para tornarlos verdes cuando están apagados. 

Me han enseñado a que ninguna verdad es verdadera. 

Me han enseñado a quererme, un poquito más, paso a paso construyo mi propio poema. 

No todo lo importante está en las risas, ni en las letras, ni en las prisas por desnudar; disfruta que hay más aspectos que te rodean. 

Me han enseñado que la esperanza está ahí, a la espera, de ser atendida de nuevo... Vieja compañera.

Me han enseñado que aunque tú te sientas valiente, a veces otros te superan, en aspectos que a ti te crean temblor en las piernas. Poner los pies en la tierra es de valientes, pero atraverse a soñar no es capaz de hacerlo cualquiera. 

Me han enseñado a aceptar, aceptarme, soy lo que soy, no más que cualquiera, pero sí la primera en la lista de espera. De espera para vivir más lento y disfrutar del daño, de la lágrima jugo del sentimiento dulce que tornó amargo para salir salado y con las penas en ella. 

Me han enseñado que todo es SÍ, hasta que debes decir NO. Que el no, no es rendirse, sino querer quedar en tablas la partida (¿para empezar una nueva?): todos perdimos, pero ganamos, puesto que las decisiones, cuando son tomadas juntos, saben menos amargas (aunque sea agridulce).
Me han enseñado a renunciar a lo tóxico, pero guardarme la parte saludable. Siempre algo bueno queda.

Que las lágrimas no siempre están tristes, que los amigos de verdad no fallan, que los amores a veces no son tan amores, pero a veces sí. Que si te dejas, pueden darte una grata sorpresa. Que si no es tan buena, lección que queda. Que si tú, yo, pero si yo, tú. 

Que una pérdida no es tanta cuando has exprimido hasta el último sorbo de ella. Que nada es para siempre, pero siempre queda. Que a veces no te encuentras porque no estás perdido. Que sabemos más de lo que queremos creer, pero creemos menos de lo que debemos querer. Que enseñar, es aprender por dos: repetimos lo que ya sabíamos y así nos lo volvemos a creer. Pero no todo aquello que se repite es más cierto que lo que se dijo solo una vez. 
Que un te quiero no es necesario escucharlo con palabras, ni decirlo lo hará mas fuerte que una mirada, un beso, un abrazo cuando nadie habla...

Que no hay mejor manera de callar, que con un beso a tiempo, y más si hay risas al final.


Que lo aprendido no se olvide, que el destino nos guíe, y que perdidos nos encontremos, más nosotros, más aprendidos, más viejos... Pero aún con la vela encendida en la entrada a nuestro fuero interno, con el corazón en la mano dispuesto a tirarse al vacío de nuevo.