domingo, 14 de diciembre de 2014

Mi conclusión personal tras el último rotatorio en cirugía.

La semana comenzó con ganas de aprender, ilusión de trabajar y cierto miedo a lo desconocido, pues es el servicio “más fuerte” por el que hemos pasado en el PRACTICUM I.
No imaginé que la primera semana pudiesen hundirme de tal forma, que provocase que fuesen los propios pacientes mi ánimo de cada día para tener ganas de volver al siguiente. Comprendo que para trabajar en esta profesión hay que estar con los 6 sentidos, si no más, y que debemos hacer todo lo que podamos y saber todo lo que nuestro trabajo nos obliga a saber, siempre queriendo aprender aún más de lo protocolizado claro. De hecho hay que estar preparado para todo y pasaremos por sitios “más fuertes”, según dicen o peor organizados o que no tienen nada que ver. Ser enfermero es como ser madre, tienes que valer para todo y saber cómo actuar en cada situación.

Pero no por eso veré justo, ahora que estamos aprendiendo (porque nadie nace sabiendo ni siendo el mejor), que por no ser, según quien me dijo, el más espabilado del grupo, nos quieran espabilar con malas palabras. Hay que saber cómo enseñar y cómo alentar.

También he de decir que el que te hagan sentir incapaz para realizar esta profesión, puede hacerte acabar mal o mejor aún de lo que estas. Yo decidí hacer oídos sordos a los comentarios que no me parecían correctos (lo que esperan es que también tengamos nuestro propio criterio, ¿no?), y decidir qué extraer de los comentarios no bien dichos, e intentar cada día no cometer los errores que deben de estar ya aprendidos. Iir a por todas como siempre. 
Pero esto no fue gracias a que los comentarios me hicieran sentir mal, sino porque supe qué debía de hacer con ellos y también gracias al padre que tengo. También me dijeron, el primer día del PRACTICUM I, que si me mareaba (porque me mareé) es que no tenía “pasta para ser enfermera”. Si que te marees el primer día por algo que has visto por primera vez y sentido por primera vez te tacha para siempre, lo siento pero no seré yo quien siga esa norma. Y lo demostré volviendo al día siguiente sin miedo y con ganas.

Cuando hago despacio algunas técnicas como poner una vía o un sondaje nasogástrico, no es porque no sepa la teoría, sino porque al principio somos demasiado precavidos (cosa que tampoco viene mal en algunas cosas, porque a veces hacer las rápido y corriendo tampoco viene bien). Y si pregunto no tiene que ser solo porque dude, sino porque quiero asegurarme bien, tratamos con personas no con objetos o números. Al igual que antes de dar la medicación se debe volver a revisar para asegurarse de que es correcta.

Hay que ser estricto y duro cuando se trata de cosas tan importantes como estas (ser un buen enfermero), pero nunca hay que salirse de los límites. No permitiré que me tomen por alguien a quién le guste que le hagan las cosas o que no se toma en serio lo que hace. Lo demuestro con mis ganas de aprender y hacer todo lo que pueda ahora que estoy aprendiendo para que en un futuro, cuando solo esté yo y no tenga a quien vigile si lo hago bien o mal, sepa llevar la situación por el camino correcto o según el protocolo. No dejaré que nadie se siente superior a otro, ni que me tomen por quien no soy.

Mi conclusión personal es esta:

“Me llamo Natalia Diana Sánchez de la Rúa, tengo 20 años, estoy en tercero de enfermería y cada día de prácticas ha sido un empujón más a que me dé cuenta lo increíblemente increíble que me puede llegar a gustar esta profesión. De tal forma que cuando no hay nada que hacer, sí encuentro algo que hacer, aunque sea “simplemente” ir paciente por paciente hablando un poco con ellos y hacerles compañía (aunque ya la tengan). Pues a veces te dan sorpresas, como cuando te dicen llorando que se han acordado de su mujer, la cual murió justo hace un año; o aquel que tiene una nieta a la cual quiere con locura, que tiene cuatro años y el pelo de tirabuzones de oro, o aquella mujer que sufre por estar hospitalizada y no por ella, sino por su marido que está solo en la residencia y tiene Alzheimer. O incluso que confíen en ti para contarte cómo una compañera tuya le ha tratado como no debía.
No creo que muchos sepan la pena que sintió Benita cuando le dijeron que al final no le daban el alta y a su compañera sí, desecha porque aún no podía volver a casa y sintiéndose sola porque no iba a tener a esa gran compañera de habitación (y, ya amiga) puesto que ella sí se iba de alta.
La pasión que siento por dar toda la energía que sea necesaria a aquellos pacientes que día a día nos necesitan, la empatía que me hace querer escuchar a cada uno de ellos y provocar que quiera hacer también de sus días algo más feliz de lo que pueden estar allí, fuera de su hogar y lejos de la familia. No hay cosa que me guste más que la sensación de los pelos de punta cuando ves esas sonrisas de agradecimiento y esas palabras de cariño que van directas a ti. Nunca dejaría que por mi parte se trabajase mal con ellos, puesto que lo que necesiten lo tendrán y si he de denunciar a un compañero por trabajar siempre mal, lo haré. Puesto que hay que actuar según el criterio que dice mi abuela”:

“Nunca hagas lo que no te gustaría que te hicieran a ti, y compórtate como te gustaría que lo hicieran contigo”


Así pues es muy MUY importante tener los conocimientos (pero estos se van adquiriendo, no nacemos con ellos, al igual que la práctica)  pero también saber que los pacientes no son solo números de habitación, problemas de salud y medicación que dar o curas que hacer, sino que repito por última vez en esta memoria, son PERSONAS.