La
semana comenzó con ganas de aprender, ilusión de trabajar y cierto miedo a lo
desconocido, pues es el servicio “más fuerte” por el que hemos pasado en el
PRACTICUM I.
No
imaginé que la primera semana pudiesen hundirme de tal forma, que provocase que
fuesen los propios pacientes mi ánimo de cada día para tener ganas de volver al
siguiente. Comprendo que para trabajar en esta profesión hay que estar con los
6 sentidos, si no más, y que debemos hacer todo lo que podamos y saber todo lo
que nuestro trabajo nos obliga a saber, siempre queriendo aprender aún más de
lo protocolizado claro. De hecho hay que estar preparado para todo y pasaremos
por sitios “más fuertes”, según dicen o peor organizados o que no tienen nada
que ver. Ser enfermero es como ser madre, tienes que valer para todo y saber
cómo actuar en cada situación.
Pero
no por eso veré justo, ahora que estamos aprendiendo (porque nadie nace
sabiendo ni siendo el mejor), que por no ser, según quien me dijo, el más
espabilado del grupo, nos quieran espabilar con malas palabras. Hay que saber cómo
enseñar y cómo alentar.
También
he de decir que el que te hagan sentir incapaz para realizar esta profesión,
puede hacerte acabar mal o mejor aún de lo que estas. Yo decidí hacer oídos
sordos a los comentarios que no me parecían correctos (lo que esperan es que
también tengamos nuestro propio criterio, ¿no?), y decidir qué extraer de los
comentarios no bien dichos, e intentar cada día no cometer los errores que
deben de estar ya aprendidos. Iir a por todas como siempre.
Pero esto no fue
gracias a que los comentarios me hicieran sentir mal, sino porque supe qué
debía de hacer con ellos y también gracias al padre que tengo. También me
dijeron, el primer día del PRACTICUM I, que si me mareaba (porque me mareé) es
que no tenía “pasta para ser enfermera”. Si que te marees el primer día por
algo que has visto por primera vez y sentido por primera vez te tacha para
siempre, lo siento pero no seré yo quien siga esa norma. Y lo demostré volviendo
al día siguiente sin miedo y con ganas.
Cuando
hago despacio algunas técnicas como poner una vía o un sondaje nasogástrico, no
es porque no sepa la teoría, sino porque al principio somos demasiado
precavidos (cosa que tampoco viene mal en algunas cosas, porque a veces hacer
las rápido y corriendo tampoco viene bien). Y si pregunto no tiene que ser solo
porque dude, sino porque quiero asegurarme bien, tratamos con personas no con
objetos o números. Al igual que antes de dar la medicación se debe volver a
revisar para asegurarse de que es correcta.
Hay
que ser estricto y duro cuando se trata de cosas tan importantes como estas
(ser un buen enfermero), pero nunca hay que salirse de los límites. No
permitiré que me tomen por alguien a quién le guste que le hagan las cosas o
que no se toma en serio lo que hace. Lo demuestro con mis ganas de aprender y
hacer todo lo que pueda ahora que estoy aprendiendo para que en un futuro,
cuando solo esté yo y no tenga a quien vigile si lo hago bien o mal, sepa llevar
la situación por el camino correcto o según el protocolo. No dejaré que nadie
se siente superior a otro, ni que me tomen por quien no soy.
Mi
conclusión personal es esta:
“Me
llamo Natalia Diana Sánchez de la Rúa, tengo 20 años, estoy en tercero de
enfermería y cada día de prácticas ha sido un empujón más a que me dé cuenta lo
increíblemente increíble que me puede llegar a gustar esta profesión. De tal
forma que cuando no hay nada que hacer, sí encuentro algo que hacer, aunque sea
“simplemente” ir paciente por paciente hablando un poco con ellos y hacerles
compañía (aunque ya la tengan). Pues a veces te dan sorpresas, como cuando te
dicen llorando que se han acordado de su mujer, la cual murió justo hace un
año; o aquel que tiene una nieta a la cual quiere con locura, que tiene cuatro
años y el pelo de tirabuzones de oro, o aquella mujer que sufre por estar
hospitalizada y no por ella, sino por su marido que está solo en la residencia
y tiene Alzheimer. O incluso que confíen en ti para contarte cómo una compañera
tuya le ha tratado como no debía.
No
creo que muchos sepan la pena que sintió Benita cuando le dijeron que al final
no le daban el alta y a su compañera sí, desecha porque aún no podía volver a
casa y sintiéndose sola porque no iba a tener a esa gran compañera de
habitación (y, ya amiga) puesto que ella sí se iba de alta.
La
pasión que siento por dar toda la energía que sea necesaria a aquellos
pacientes que día a día nos necesitan, la empatía que me hace querer escuchar a
cada uno de ellos y provocar que quiera hacer también de sus días algo más
feliz de lo que pueden estar allí, fuera de su hogar y lejos de la familia. No
hay cosa que me guste más que la sensación de los pelos de punta cuando ves
esas sonrisas de agradecimiento y esas palabras de cariño que van directas a
ti. Nunca dejaría que por mi parte se trabajase mal con ellos, puesto que lo
que necesiten lo tendrán y si he de denunciar a un compañero por trabajar
siempre mal, lo haré. Puesto que hay que actuar según el criterio que dice mi
abuela”:
“Nunca hagas lo que no te gustaría que
te hicieran a ti, y compórtate como te gustaría que lo hicieran contigo”
Así
pues es muy MUY importante tener los conocimientos (pero estos se van
adquiriendo, no nacemos con ellos, al igual que la práctica) pero también saber que los pacientes no son
solo números de habitación, problemas de salud y medicación que dar o curas que
hacer, sino que repito por última vez en esta memoria, son PERSONAS.